Quisiera saber cómo
decirte adiós. Es tan estúpido, he
vivido acunando palabras entre mis brazos, las he entrelazando formando las más
bellas oraciones, las he lanzado como manzanas envenenadas en épocas de guerra.
Y ahora, cuando recurro a ellas, me han abandonado. Las he llamado a gritos, quería despedirte de
forma mordaz y desafiante, quería herirte como tú lo has hecho. Pero ahora ya
no puedo lograr nada de eso, pues respondiendo a mis gritos han venido los
recuerdos; se cuelan entre mis dedos, inundan mis ojos con espejismos de tú y
yo.
Te prometo que intento
luchar contra ellos, pero a veces simplemente cierro mis párpados y me dejo
llevar por aquella ola de la memoria. Me transporta a tiempos felices, donde las
tormentas aún no se divisaban en el horizonte, donde la inocencia era nuestra
compañera de juegos. Tardes en las que pensaba que conocía la felicidad.
¿Qué nos pasó? ¿Acaso tú
no me querías del modo que yo lo hacía? ¿Acaso estábamos condenados a
desaparecer, como la nieve en primavera?
Detesto los puntos
finales. ¿Por qué me obligas a usarlos ahora? No quiero terminar está historia,
deseo seguir escribiéndola hasta que la tinta se acabe y mis manos estén viejas
arrugadas, hasta que mis ojos no puedan seguir viendo con claridad el papel y
mi respiración sea débil y cansada. Ahora solo hay páginas vacías, que se
llenan con todo lo que podríamos haber sido tú y yo, con los momentos que nunca
viviremos y los secretos que jamás serán desvelados.
Te odio tanto, pero solo
porque un día te quise. Te odio por el futuro que me quitaste. Pero,
principalmente, te odio porque nunca dudaste al marcharte ni echaste la vista
atrás mientras salías por la puerta.
Me prometiste que nunca
me dejarías. Pero tus promesas se convirtieron en aire, y este se perdió en la
inmensidad del cielo, donde yo ya no puedo alcanzarle